lunes, 1 de marzo de 2010

Fantasmas

Creo en los fantasmas. Sí, ya sé que pensarás que ya soy un poco mayor para creer en esas cosas, lo que ocurre es que yo no creo en fantasmas de sábanas blancas que van arrastrando sus cadenas.
Yo creo en otros fantasmas mucho más peligrosos, unos fantasmas que tienen nombre propio, y que lo único que tienen en común con los otros fantasmas es que unos y otros fueron creados para meter miedo.
Los fantasmas de sábana blanca los inventaron los adultos para asustar a los niños y tener un método para amenazarles y así convencerles de que no hagan tal o cual cosa.
Los otros fantasmas también fueron creados por adultos, unos adultos a los que les interesaba tener bajo control a otros adultos, unos adultos que se inventaron lo que era bueno o malo, que crearon el remordimiento, el castigo eterno, la culpabilidad, el pecado.
Así es como nacieron los fantasmas que siguen vivos dentro de nosotros, los fantasmas que llenan de miedo y limitación nuestras vidas, los fantasmas que nos convierten en personas débiles y manipulables.
Y en este terreno, como en otros muchos, también a la mujer la cargaron con más fantasmas que a los hombres. Empezando por el fantasma del paraíso donde ya se nos hecha la culpa del llamado “pecado original”, hasta nuestros días donde aún muchas mujeres viven prisioneras de miedos y limitaciones que pasan de madres a hijas.
Pero esto que es así, nos guste o no, toma mayor dimensión cuando tratas de aportar una visión distinta, cuando tratas de hacer ver a alguien de que en realidad Sólo puedo animaros a todas vosotras a desenmascarar vuestros propios fantasmas, esos que os encadenan, esos que, sobre todo las religiones, crearon para que nosotras nunca nos sintiéramos lo que somos: libres, poderosas. está luchando contra fantasmas, que lo que vive en realidad no existe, que es fruto de algo que alguien inventó.
Me cuesta admitirlo porque no es lógico, pero la realidad es que por mucho que te empeñes, las personas se agarran a sus fantasmas, tal vez como recuerdo de una niñez perdida, tal vez porque así se sienten diferentes, distintas a los demás, o tal vez porque si no tienes un fantasma no eres normal.
Comparto todo esto porque un día comprendí que estaba luchando contra cosas que por más que me empeñaba no lograba superar, y no las superaba porque sencillamente no existían.
Confieso que me costó algún tiempo superar la sensación de estupidez y sobre todo de pérdida de tiempo, y me hice el firme propósito de no encasillarme en nada, de no definirme de tal o cual forma, de convertirme en algo tan sencillo como una persona que renace cada día, sin esquemas, sin prejuicios, abierta y dispuesta sobre todo a contradecirme a mi misma. A decir si, cuando antes decía no.
Podría enumerar los fantasmas, porque hay muchos y muy variados, pero pienso que sólo desaparecen cuando una desea realmente liberarse de ellos.
Sólo puedo animaros a todas vosotras a desenmascarar vuestros propios fantasmas, esos que os encadenan, esos que, sobre todo las religiones, crearon para que nosotras nunca nos sintiéramos lo que somos: libres, poderosas.
Liberarse de las cadenas es recuperar nuestra condición femenina, recuperar lo sagrado, la unión con la vida y con todas las vidas.
Confía en ti, en la voz de tu interior. Déjate guiar por la fuerza de tu Amor. No cortes tu necesidad de superarte, de aprender, de experimentar, y hazte un favor a ti misma, no te engañes ni permitas que te engañen.
Comprende que no necesitas luchar, porque, en realidad, no tienes enemigos.
Renace. Δ
ESCRITO POR ELENA G. GÓMEZ

Leído en: Revista Fussión

No hay comentarios:

Publicar un comentario